Más allá de los gigantes árboles, los sutiles helechos, las hambrientas cavernas y las generosas cañadas, en los bosques hay voces que enraizan a quien visita estos paisajes. Son los ecos de un tiempo más bestial y justo, donde un rayo es un dedo divino y una nube es un cobijo. Es en este escándalo de magia razonable y fantasmas vivos donde el cielo se desdobla hacia abajo y preña a la tierra de colores comestibles, medicinales y mortíferos. Las lluvias son el concilio de los dioses. CARLOS DOMVILLE