De las costas de Perú a las calles de París, de la mirada seminal de Jean-Pierre Léaud en Los 400 golpes a su rostro envejecido por la vida. El brujo de Louidgi Beltrame superpone esos dos tiempos, esas dos historias, en un ritual cinematográfico para devolver a la vida las imágenes del pasado. Su poder. Su pregnancia. Su pertenencia a una memoria cinéfila global. Como si, después de tanto tiempo, aún fuese posible recuperar la inocencia de aquel rostro infantil de Antoine Doinel.