A sus 63 años y a punto de jubilarse, Joaquim se ve obligado a cumplir una serie de extranas normas para poder cobrar el subsidio de desempleo. Pese a saber que no volverá a trabajar, tiene que ir de empresa en empresa pidiendo sellos que prueben que pasó por ahí en busca de trabajo. En estos trayectos recuerda su vida como inmigrante en los Estados Unidos, donde trabajó como taxista en la ciudad de Nueva York y donde presenció numerosas caídas de la bolsa de Wall Street.